Durante la mayor parte de la historia del
Noroeste de México, se pensaba que la Baja California era una isla, a pesar de que la comprensión
de que se trata de una península en realidad era ya conocido desde los inicios
de la colonización. Lo realmente
sucedido, fue que el conocimiento de su peninsularidad primero se
traspapeló y luego perdió.
El honor de haber descubierto la
peninsularidad de esa lengua de tierra le correspondió a Hernando de Alarcón, quien en 1540, cuando
aún vivía Cortés, en un barco llegó al
Delta del Colorado, remontándolo hasta su confluencia con el río Gila, y allí
dejó enterradas unas cartas.A finales de ese mismo año, Melchor Díaz, desde,
Ures, partió en su búsqueda, y aunque no lo halló, sí encontró las cartas.
Así que durante la Colonia, ya se sabía de
la peninsularidad californiana. aunque el secreto estuvo tan bien guardado, que
se perdió y nuevamente se intentó determinar esa calidad de California, durante
la etapa jesuita y después la franciscana. Fue hasta inicios de la etapa de
México independiente que se supo con certeza que se trata de una península.
Por tierra firme, los franciscanos llegaron
primero a Chihuahua y hasta Nuevo México. Para entonces, el mito de las enormes
riquezas, riquezas similares a las del centro de México, había desalentado más
expediciones guerreras de
conquista, y fue entonces que se ideó
otro método de cristianización: el Concordato Real, por el que la Corona
aportaría los recursos financieros y la Iglesia los humanos.
En el actual Norte de Sonora, se desarrolló
una pugna sobre cuál sería la institución colonizadora.
Desde el año 1636, en que el Jesuita,
Bartolomé Castaño logró penetrar en Ures, sobre
el río Sonora, y el de 1638, a Rosario Nacameri, sobre su afluente el San Miguel, las conversiones entre los
Sonoras fueron rápidas, siendo así cómo, en 1646, se habían establecido
misiones a la vera de los principales ríos de la entidad.
Paralelamente, y tras el descubrimiento de minas en
Parral en 1630, que fue atractor de
muchos pobladores, se redobló el impulso por descubrir territorios
mineros nuevos. Dentro de esta situación, se dio en 1640 la capitulación entre
el virrey Cadereita y el capitán de Sinaloa don Pedro de Perea para colonizar
los territorios al norte del río Yaqui, y así convertirse en el primer alcalde
mayor de una nueva provincia, que denominó "Nueva Andalucía," con
independencia total de Sinaloa.
Esto precipitó cambios en el proceso
colonizador: se fundó el primer asentamiento no religioso en Sonora, Tuape, así
como Imuris y San Lázaro, avanzó la frontera del noroeste, y se establecieron
Reales de minas en la frontera norte de Sonora, entre los que puedo mencionar a
San Juan Bautista, Ostimuri, Nacozari, etc.
El problema es que Perea se inclinó por los
Franciscanos, que ya misionalizaban en Chihuahua, lo que originó pugnas con los Jesuitas por
convertir estos territorios.
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